10 junio 2024 / por Newfield Consulting
Querid@ coach de la comunidad Eureka, y del mundo, con placer te presento el resultado de las reflexiones del equipo de investigación en Coaching Ontológico que inició a finales del pasado año 2022.
Este grupo fue sorprendente, no solo porque fuimos capaces de atravesar el tránsito de un año al otro, sino por la profundidad de los temas trabajados. Leer o escuchar los textos que hoy presentamos te permitirá asomarte a una parte de lo conversado. Fue una dinámica intensa donde cada un@ procesó sus propias e íntimas tragedias para trascenderlas con fuerza. Hubo apertura y desafío, contención y energía para avanzar. Tanto en los coaching como en las conversaciones, nos atrevimos a entrar en los abismos personales para aprender y crecer juntos.
Espero que disfruten el encuentro con estas aventuras reflexivas, y que les sirvan para su propia travesía, como coaches y como personas.
Alicia Pizarro: CEO Newfield Consulting Global Y socia Fundadora de Newfield Consulting. Abril 2023
En un hermoso día soleado, me encuentro parado en la cumbre de una gran montaña, tras una larga y apasionante caminata. Me detengo, respiro, descanso.
Miro atrás y visualizo un sinuoso camino de vida que, sin darme tanta cuenta, he venido recorriendo hace tantos años. Revivo mi historia, contemplo, siento.
Mientras percibo la fuerza del sol sobre mi cuerpo, mis recuerdos comienzan a evocar tanto días luminosos, como días de lluvia y de tormentas, con gruesas y copiosas gotas de miedo, culpa y vergüenza.
Siento el frío en el cuerpo, los charcos en el suelo. Cuando me enfrento a un charco denso y oscuro que cubría todo el camino, siento un vacío, vislumbro un abismo. Ya no logro seguir avanzando, me siento agotado, vulnerable, me duermo.
Sueño con un extraño hombre mirando desde la cumbre de una montaña. Lo veo tan lejos, lo siento tan cerca.
Hace señas, me llama, en su voz me reconozco. Escucho sus sabias palabras a la distancia, me queda resonando un extraño eco. Lo comprendo, aprendo, me despierto.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta que estoy tan solo en uno de mis tantos caminos hacia mis mil montañas, hacia mis mil posibilidades de ser, enfrentado a un nuevo charco, convertido ahora en desafío.
Si bien ayer me detenían, hoy aprendo a mirar a través de ellos como un espejo de mi propia vida, más allá del reflejo de mi imagen, mis fortalezas y logros, y así decido qué montañas elijo ser, cuáles montañas subir.
Interpreto que para desatar mi potencial no se trataba de escalar una única gran montaña, puedo ser y subir las montañas que quiera, crear mis propias montañas.
Más que un ser arrojado al mundo, me arrojo a mis propias mil montañas, miles de posibilidades, mil posibles versiones de mí mismo. Mantengo el silencio, me escucho, creo mi ser y mi mundo, minuto a minuto.
Me reconozco como un hombre libre, auténtico y poderoso. Como un hombre de mil abismos, un hombre de mil montañas.
Hace poco tuve una noche muy oscura, de esas en las que invade una angustia insoportable, donde las conversaciones conmigo mismo se transforman en un castigo y difícilmente veo una salida. Venía de una cena con amigos donde una conversación, aparentemente inocente, me enfrentó a un abismo, a un vacío donde mis aprendizajes históricos que son parte de mí, de mi sangre y de mis manos, se transformaron en mis más profundos miedos y miserias.
Lo que me resulta más desafiante de estos estados emocionales es que están totalmente fuera de mi control, nacen de repente desde un lugar desconocido, son una reacción química de mi cuerpo que se torna insoportable.
Me da miedo, me pesa mi historia y me siento como un terreno fértil para empezar a generar malos hábitos que no hacen más que tapar el dolor.
La Ontología del Lenguaje y los distintos procesos de aprendizaje que fui atravesando me llevaron a adentrarme en esa historia que me conduce, me llevaron a abrir conversaciones con algunos de los actores principales de la película que me cuento de mi vida, a hacerme preguntas sobre mi más profunda existencia y así ir descubriéndome de a poco. Los resultados de los procesos de autoconocimiento no tienen que ver con encontrar
una receta de manual para sanar las heridas, más bien son como un camino espiralado alrededor de quienes venimos siendo para, desde ahí, encontrar espacios de aprendizajes que nos vayan transformando y devenir en un ser más poderoso, pero con nuevos desafíos de aprendizaje por delante.
A pesar del sufrimiento que atravieso cuando me enfrento a estos abismos emocionales, me gusta tomarlos como un punto de partida para, como Teseo, adentrarme en el laberinto del Minotauro que es mi propio ser, donde se encuentra el monstruo, pero sabiendo que cuento con el hilo de Ariadna por el cual puedo volver al punto de partida. Agradezco, de todo corazón, a todos los que me regalan su amor, me escuchan y me acompañan. Gracias a ellos puedo alimentar a la valentía necesaria para adentrarme en mí mismo y sin ellos, los procesos serían mucho más difíciles de atravesar.
¿Genera la privación un hambre insaciable? Cuando ocurre en la infancia o en la temprana adultez, el dolor de no satisfacer necesidades básicas como el amor, alimento, protección, instala en el cuerpo una desesperada y recurrente búsqueda de aquello que faltó. Al devenir mayores, esa reacción a la carencia se despliega a veces en comportamientos incomprensibles para los demás, o en adicciones, abismos de dependencia que obstaculizan la posibilidad de escucharnos para generar un encuentro profundo.
Las adicciones, como los abismos, generan al mismo tiempo miedo y atracción, frente a ellos es equivalente el deseo y el terror de caer. Mi padre era adicto a la nostalgia, mi madre a la euforia. Con sus acciones generaban las condiciones para sentirlas. Sin registrar las consecuencias en otros, las alimentaban con música, mudanzas, nuevos amores. Cada uno en su mundo, sin percibirse ni escucharse.
Al decir “soy adicto a …” traemos una relación con alguien o con algo, en dinámicas circulares de dependencia. Mi padres se complementaron en esas emociones opuestas: nostalgia/euforia y siempre volvían al vacío, al hambre, al abismo de volver a buscar.
Quien ha vivido adicciones en la familia siente que el enemigo está en su cuerpo, en su ADN, en su memoria, atravesando generaciones. El abismo vive adentro con su poder atractor. Reconocerlo es un primer paso y no es fácil, por ser meta patrones existenciales. El aprendizaje ontológico permite enfrentar a ese “monstruo invisible”, deconstruir su ciclo, desactivar los resortes que lo impulsan. Para luego reconstruir sobre un campo nuevo, donde conectar y escuchar al otro, vuelve a ser posible.
El coaching ontológico ofrece un camino para hacer este aprendizaje y no es el único. Conversar en ambientes diversos también produce esa transformación, creando nuevos hábitos que habilitan el vivir de forma diferente.
Ver el sufrimiento de mis padres me permitió inhibir esa herencia abismal, abriendo para mí y para otros repertorios emocionales distintos, que inevitablemente generarán sus propios abismos.
El temor de caer al abismo, de vivir días de oscuridad donde lo inesperado y no deseado aparecen al unísono.
Recuerdo esos momentos, nos quitan el sueño, nos damos vueltas, vueltas en la cama y nos decimos “ esto no es posible”, “es un mal sueño”, “mañana será diferente” pero al despertar, sí fue posible. La sensación es caer al abismo.
Cuando la vida se nos interrumpe aparecen nítidas algunas preguntas ¿Qué nos pasa? ¿Cómo salimos adelante? ¿Qué hago? ¿Qué hilo tomo para salir de la cueva, qué soga halo para detener mi caída? ¿Cómo recupero mi camino? ¿Cuánto enfrento y cuanto evado? ¿Qué costos me trae? finalmente ¿Cuánto aceptamos nuestra tragedia?
Me conecté con la muerte de mi hijo mellizo y la forma como enfrenté ese dolor, “la mujer fuerte, guerrera y resiliente”, ese patrón me sirvió luego para enfrentar el nacimiento de mi último hijo con discapacidad, se convirtió en mi sentido de vida.
Me pregunto cuánto “de esta forma” la he aprendido de mi historia, de mis antepasados hasta de nuestros conquistadores y pueblos indígenas. Cuánto además agrega “esa progresiva positivización” en la cual estamos insertos hoy en día.
Entonces será la noche, el sueño, los recuerdos, algún pensamiento, los encargados de traernos los mensajes de incompetencias ¿Cuáles son mis disparadores, cuáles serán mis hábitos emocionales, mi cuerpo, mis dolencias?
Recordé a los griegos y sus tragedias, tal vez esa era su invitación ¿cómo somos aprendices de la vida en estos aspectos? Cuánto hemos sido capaces de navegar estados de ánimos restrictivos para estar en paz y serenidad con lo que la vida nos trae.
Desde el coaching, la invitación es a indagar cómo vivimos estos episodios, cómo los navegamos y cómo los hemos integramos a nuestra vida.
El amor es un espacio lleno de luz, donde todo florece. Habitar el amor romántico me da energía, me hace sentir el pulso de la vida, en este pulsar me conecto con el abismo de la muerte, no es miedo a morir, es miedo a quedarme en este plano y perder al ser amado, siento que me atraviesa una angustia que me detiene la respiración, me lleva a un abismo donde me enfrento a un dolor sin fin, a una inmensa oscuridad, a un frío congelante, a un miedo de no saber si seré capaz de atravesar ese dolor, pienso “ojalá no esté, para no sentir”.
Al escribirlo me doy cuenta que ese pensar ha ido determinado mi manera de amar me hace protegerme de diferentes formas llenando mi vida de actividades que me mantienen en el hacer y con poco tiempo disponible para disfrutar el amor, a veces me desconecto emocionalmente, a veces me hace vivir los momentos intensamente. Paro y respiro, me conecto con la pena y desde ahí reflexiono.
La muerte es la única certeza que tenemos en la vida, quiero integrarla a lo cotidiano ¿Qué mirada nueva necesito?
Puedo ver la muerte como un principio de algo nuevo, una transformación de nosotros mismos, un misterio abismante que me atrae y a la vez me asusta, llena de preguntas sin respuestas… así como la propia vida donde no tengo más certezas que mi pasado y la muerte.
El amor, también incierto, tiene un principio y ciertamente no sé cuándo se acabará.
Si pienso que la muerte se llevará el amor, me comprimo, me deja nuevamente en el abismo. La ilusión de integrar la mirada de trascender el amor, pensar que cuando llegue el día de su muerte , será el comienzo de una nueva etapa en nuestra relación, no será el fin sino más bien el comienzo del amor infinito.
En definitiva, vida, muerte y amor son inciertos. Qué gran ilusión integrar la mirada de trascender el amor, sentir que ese día, si es que llega, (puedo partir yo antes) comenzará una nueva etapa en nuestra relación, no será el fin de nuestro amor, si no más bien el comienzo del amor infinito.
Agradezco este espacio, hacer estas “Pinceladas Ontológicas” transformó mi mirada, entré a un lugar oscuro que cada vez que me asomaba el miedo me hacía huir, hoy atravesé el abismo, lo iluminé con amor, esperanza y con el maravilloso misterio de la vida.
Hay acontecimientos que irrumpen en mi vida, que me sorprenden en la oscuridad. No los veo venir, me muestran algo que desconozco, que me descoloca. Hay en esos atropellos, cosas que juzgo buenas y que disfruto. Hay otras que me chocan y me dejan sin aliento, perdida, triste a orillas de un precipicio. En estos momentos, tengo miedo de perder mi equilibrio. Me enfrenta con mis miedos y la incertidumbre de en quién me puedo convertir.
¿Habrá abismo?
El abismo de hoy, es haberte perdido… Contigo experimenté el gozo de estar viva, amar siendo yo misma, desnuda, sin miedo.
Me atropelló una desconocida. La muerte, que me dejó paralizada, triste y con ganas de morir contigo. No supe que me abandonarías a oscuras a orillas del precipicio.
El abismo se dibujó y se me hizo concreto, lo conozco ahora y tiene nombre. “Desesperanza”: significó la muerte de la ilusión, de los sueños, de los proyectos, del amor, incluso de las dudas y contradicciones. El cuerpo roto, desequilibrado, decaído, inundado de lágrimas y misterio. En esta desesperanza, la muerte la imagino, descanso; vivir, mucho cansancio.
Acudo a la voluntad, al esfuerzo, a la indagación en mí misma para alejarme de la orilla del abismo y descansar, pero la desesperanza me empuja al vacío.
Pido ayuda y me enfrento a la necesidad de aceptación. A mis miedos de perderme y no recuperar esa completud que sentía contigo.
Las recaídas no se hacen esperar. La tristeza y las lágrimas se escapan, las ganas de no hablar me acechan y la carga de vivir cada día se hace pesada.
Necesito tiempo, proceso, para descubrir y aceptar que en lo oscuro, en la tristeza, en la pérdida, incluso en el precipicio, todo es vida.
Con tu muerte yo también morí. Lo más difícil quizás es saber que mi camino no es el tuyo, y tu camino no es el mío.
Estuve conectada a través del amor contigo en la vida, ¿podré seguir contigo en la muerte?
Quiero mantener viva la luz que despertaste en mí, no me resigno a quedarme en la pérdida. Ambiciono honrar todo lo que aprendí y experimenté contigo: vida y muerte como un mismo proceso de humanidad.
En las conversaciones de coaching distingo un dominio al que no había dado gran visibilidad hasta ahora: el conflicto ético que contiene cada inquietud de un coachee. Me doy cuenta de que esto viene desde el conflicto ético que yo misma viví al acompañar la muerte de un ser querido. En retrospectiva, puedo ver que durante dos años viví en la incertidumbre de mis propias competencias para acompañar y tomar decisiones sobre la vida y muerte de la persona con quién compartí y construí muchos años de mi vida.
La vida me iba pasando, y con ella convivían las emociones y aprehensiones que sentía durante el proceso. El conflicto ético estaba ahí en todas ellas, yo no lo distinguía como tal. Solo lo vivía desde la emoción que me provocaba. Resistía en esta relación con la muerte, para que no pasara. Atravesaba la pena, la frustración, la rabia y la resignación, aferrándome a la promesa que significa para mí cuidar la vida. En este caso, no estaba en mis manos seguir preservando la vida ni en mi sentir, prolongar el sufrimiento. Después de lo inevitable y al salir de la intensidad emocional que significa este acompañar la muerte, empiezo a levantar juicios morales de mi propia experiencia.
Hoy entiendo que los conflictos éticos vienen acompañados de un tiempo, de personas, de un contexto y de una experiencia emocional integradora. El ser capaz de distinguir y contextualizar mi conflicto ético a la luz de lo que viví acompañando a un otro a morir, me permite agradecer la experiencia de conocer y sentir la muerte consumada. Hoy, como coach, mi escucha se sensibiliza desarrollando la capacidad de distinguir los posibles conflictos éticos que subyacen a las inquietudes de los coachees. Abriendo posibilidades para indagar, trabajar y generar conversaciones transformadoras.
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