Bitácora en 150 Palabras: “Me gustaba comer los huesos de mi papá”
Reflexión de Alicia Pizarro Domínguez, Coach Ontológica Senior. Socia Fundadora de Newfield Consulting y Directora de la Escuela de Rafael Echeverría.
Agosto de 2022 – La Florida, USA
Hoy tengo 63 años. Hace unos cuatro años atrás me escuché a mi misma diciendo la extraña frase “me gustaba comer los huesos de mi papá”. Después de reírme un rato con quien estaba conversando sobre lo asqueroso que sonaba, y explicarle que me refería a comer los huesos de pollo del plato de mi papá, entré en el silencio del darme cuenta.
En aquellos años un pollo asado era buena noticia propia de algunos fines de semana. Al terminar de comer, sentada como siempre a la izquierda de mi papá, sacaba de su plato los huesos del pollo que le quedaban, para masticar con placer, cartílagos, y rastros de carne ocultos en sus rincones.
¿Pobreza? No creo, en mi casa recuerdo sencillez, austeridad. Aunque es inevitable traer la imagen mis zapatos ortopédicos con las puntas cortadas para que mis pies, que crecían porfiadamente, pudieran salir por esa abertura. Al descartar la idea de la pobreza regresa la pregunta ¿por qué me comía los huesos de mi papá? Y, además, por qué lo recuerdo con tanto amor.
Con dificultad, logré revelar un marco de comportamiento que nos dirigía entonces a todos. El pollo era repartido de manera desigual. Las partes más grandes eran para mi papá primero. Oh sorpresa. Parece un detalle sin importancia, pero revela el sistema patriarcal en el que crecí. No hay acusaciones, ni culpas, solo asombro frente al encontrar las huellas sistémicas de una forma de entender el mundo.
De la mesa de comer en mi casa de niña, atesoro dos recuerdos del vínculo amoroso con mi padre. Uno era ver sombras y luces en su taza de café, y la otra, compartir con él la alegría de unos los huesos de pollo.