Como el agua por Alicia Pizarro
Alicia Pizarro Domínguez, Coach Ontológica Senior. Socia Fundadora de Newfield Consulting y Directora de la Escuela de Rafael Echeverría.
10 de mayo de 2022
Cada 10 de mayo se promueve el día de la madre en varios países del mundo. Aprovechando esa ola de atención coloco mi voz con una reflexión que ayude a visibilizar la fuerza de la feminidad vital, y diáfana para generar un nuevo estilo de liderazgo.
Vengo llegando del sur de Chile con el corazón lleno de agua. En presencia de tanta agua, me fue inevitable la analogía con el ser mujer: indispensable, vital, y tantas veces transparente. Como el agua el trabajo de tantas mujeres da soporte, permite la fluidez, flexibiliza las más duras decisiones, y facilita el desplazamiento de posiciones tomadas. Y, también como el agua, su valor es percibido solo cuando falta.
Ser invisible aporta ventajas. En la invisibilidad se es libre, de algún modo. No son necesarias máscaras porque nadie las ve. Es posible desarrollar un mundo interior, como jardines secretos. En mi trabajo como coach ontológica lo he visto tantas veces en muchas mujeres con sus jardines de pensamientos y vivencias germinadas en el silencio de su ser transparente.
Ahora, hay dolor en la transparencia. Duele no aparecer, ser discriminada, no vista, no recibir el calor de la atención de un otro. Hace una semana, haciendo mi fila para pedir un café, el joven que atendía, sin un gesto que me permitiera anticipar, pasa por encima de mí para servir a la persona que está detrás. Mi protesta fue recibida con indiferencia. Mi enojo crecía, por la sensación reiterada de la invisibilidad. Esa transparencia acuosa que nos persigue con el género.
Ser ignoradas en una reunión, en un proyecto, en una elección, en la vida cotidiana nos genera consecuencias emocionales. Nos vamos resintiendo, en una rabia sorda y muda. Desarrollamos repertorios para saltar por encima de esa valla de silencio. Aprendemos a gritar, sin gritar. Buscamos en la velocidad una forma de presencia, queremos ser más rápidas que nadie. O terminamos maltratando a quienes tenemos alrededor: equipos, familia.
Desde la neurobiología puede que tengamos una explicación para este fenómeno. Daniel Goleman, importante divulgador científico, en su libro Focus habla del sistema cerebral ascendente y el descendente. El primero relacionado con las emociones, la intuición y los instintos. El segundo, el descendente, relacionado con el pensamiento racional, que surge desde la consciencia con la materia prima del lenguaje.
Ambos sistemas operan en sinergia, sin embargo, cuando uno prevalece sobre el otro hay consecuencias. Si el comportamiento se guía sobre todo por el descendente, la consciencia, hay una desconexión del mundo de las emociones y ello puede devenir en un hábito, resistente al cambio.
En las empresas, las mujeres a partir de esta condición transparente, solemos desarrollar el pensamiento descendente que dirige el cerebro ejecutivo. Uno de los costos es la supresión progresiva del contacto emocional. Generamos una capa resistente a las emociones, para alcanzar un lugar apropiado en la mesa de las decisiones, perdiendo uno de los valores más brillantes de nuestra estructura como ser humano.
En esta lucha por ser escuchadas, vistas, nos perdemos de la oportunidad que abre esta fase post-pandémica de generar un nuevo estilo de liderazgo. Que aproveche las fuerzas de la feminidad sin restar ninguno de sus poderes. Desde el balcón de mi edad, veo a las mujeres jóvenes buscando su identidad. Dentro y fuera de la empresa, las veo en la búsqueda de una forma integral, que combine la empatía con la prevalencia, la vulnerabilidad con la firmeza, la solidaridad con la conquista de unos objetivos.
El agua del sur de Suramérica nos da lecciones. Presente, vital, fuerte y suave al mismo tiempo. Desde ella veo mujeres capaces de usar su diafanidad a favor de la transformación cultural que requerimos con urgencia para iniciar una nueva era de vida en el planeta.