11 junio 2024 / por Newfield Consulting
Introducción por Celia Chávez Cham
Agradecida profundamente por la vivencia y el enriquecimiento de estos encuentros donde nos enfrentamos al poder transformador del coaching ontológico, capaz de generar un desplazamiento existencial en el observador que somos, produciendo así una presencia diferente en el mundo que habitamos.
El arco de la Vida, la presencia en la vida y cómo convivimos en cada momento del encuentro con nosotros mismos, con nuestras relaciones más significativas, como seres humanos, coaches ontológicos y ofrecemos este observador que somos para crear juntos momentos llenos de colores donde se mezclan la vida, la alegría, el amor, también la tristeza,la desesperación la violencia, la cercanía de la muerte… que nos duele y toca los espacios de existencia. Cuando el miedo surge y nos defendemos desde donde podemos con un puño cerrado, con la ausencia o el silencio o con las palabras que duelen, que lastiman y que hieren, dejando huellas de aprendizaje que se repetirán en las próximas generaciones.
El arco de la vida, con el comienzo y el fin… en el horizonte de la existencia en una danza de la vida bellamente organizado y en el devenir del observador en el que nos vamos convirtiendo al pararnos frente a las diferentes etapas de la vida… y en este proceso entregando quienes hemos devenido ahora…
Gracias, gracias, gracias
Ser violentos nos pertenece. La violencia nos rodea como el aire. Aprendemos a vivir con ella. “Me gusta vivir aquí porque al salir nunca sé si volveré” fue la respuesta de alguien a la pregunta ¿por qué no te mudas de este lugar?
Si la vida y la muerte son inherentes ¿lo será la violencia de la vida? Nos duele la violencia cotidiana y duele más sentir que es inevitable. Lo violento nos asquea y atrae al mismo tiempo. Por algo está tan presente en noticias, y películas. La sentimos como una posibilidad dentro de nuestro cuerpo y nos aterra. Nos sabemos capaces de una violencia destructora, y al mismo tiempo hemos sentido la destrucción impuesta por ella.
Tú aprendiste la violencia antes de hablar y de ser consciente de ti misma. Para defender tu vida, creaste patrones corporales que hoy, desde tu adultez presente, lucen inalterables. Ellos no solo afectan tu vida, son además transmisibles a hijos y nietos, como repertorios interiorizados de tal manera que se disparan solos, sin que la voluntad los dirija o los pueda cambiar.
La violencia es un acto de a dos: un “puño” que golpea a un “cuerpo” que está allí y recibe el golpe ¿qué intervenir para cambiar: el puño o el cuerpo? A veces:
Acepto que la vida es así, y acostumbro el cuerpo a recibir los golpes. Inventando explicaciones para mí y para el mundo.
O, huyo cambiando de espacio físico, pero arrastro la dinámica como parte de mis relaciones con otros, y reproduzco poner el cuerpo una y otra vez.
O, me escondo en un rincón, cerrando las ventanas a los demás.
O, me convierto en el puño. Generando más violencia a mi alrededor.
Si el “puño” estará siempre como una posibilidad, tal vez pueda aprender a no poner el cuerpo. Hay religiones basadas en ese principio. Romper los círculos de la violencia, a través de anular uno de sus componentes. En un mundo como el que vivimos, este es uno de los temas más relevantes. Y para ti, implica desenganchar respuestas automáticas. Hacer nuevos hábitos implica recurrencia, constancia, madurez. Vale por una vida respirable para ti y para quienes vienen detrás.
La presencia, estar en cada momento con el rol que me toca vivir, como madre, como esposa, como hermana, como profesionista, como coach.
Me pregunto, ¿desde dónde estoy presente? ¿Cuál es la presencia que logro ofrecer en cada momento? Ahora, gracias a este equipo de investigación, a esta interacción de coaching, me pregunto sobre mi presencia en las relaciones que habito, las más significativas, mi ser madre, mi ser esposa, mi ser hermana… mi ser coach o psicoterapeuta… con qué nivel de consciencia que me conecto…
También me pregunto, cuando he normalizado la violencia y no puedo verla… La violencia pasiva, la violencia del silencio, cuando no son los golpes o las palabras las que maltratan… Cuando la violencia que exige lo que el otro no está preparado para dar… Cuando la violencia tiene que ver con una sombra oculta en el inconsciente de la relación y que a fuerza de la repetición se ha convertido en hábito y ha quedado fuera de mi conciencia para poder intervenir y modificarla… ¿Cómo podría yo elegir un camino distinto?… para relacionarme desde el AMOR, EL RESPETO PROFUNDO, LA SOLIDARIDAD, LA COMPASIÓN.
Me veo permitiendo la violencia en mi vida, también, me descubro en actos de violencia que puedo mirarlos solamente después de que han acontecido, cuando veo el resultado, el impacto en la relación… Cuanto me duele la violencia…
Me lleva a una reflexión sobre mi presencia en la VIDA… en toda su maravillosa expresión, la vida… cada mañana cuando me conecto con mi existencia… y desde mi existir me relaciono con todo, con la tierra, mis plantas y mis flores, los animales, el lago y el bosque, los seres humanos con los que comparto la vida, conmigo misma en mi conversación privada, en mi diálogo interno…
Capas y capas de dolor que arropan un menudo cuerpo que recibe en silencio una furia cargada de locura.
La fuerza de una niña que juega con complicidad entre las matronas guaraníes en medio de los aullidos agudos de la selva.
Gritos de auxilio no expresados en una sala de tortura inexplicable.
Finos bordados de colores que olvidan los golpes encogiendo los hombros.
Un miedo que aturde y paraliza mientras la vida busca ilusiones.
Y ahora, la fuerza para sentir que no hay pecado, y que un gesto “de dejar pasar” puede traer hondos suspiros para recuperar el aliento.
Cuentos y cuentos para explicar lo inexplicable sobre lo vivido, lo sentido y hasta lo exorcizado.
Esquivar con serenidad el dolor en un cuerpo que deja pasar y pasar.
La despedida de la madre y los coros que anuncian la llegada de la
adultez para vivir, para sentir, para aceptar, para fluir.
Violencia física desde niñita, hasta la adolescencia; verbal y no verbal a lo largo de décadas; espectadora de violencia a seres queridos por personas relevantes. Posibles causas de haber naturalizado la violencia; como para no ser capaz de imaginar una vida de otro modo, y constituir una pareja, una familia donde se reproduce ese repertorio doloroso, familiar pero transparente.
Patrones desarrollados para sobrevivir que se repiten, cuerpo rígido, hombros contraídos, lenguaje paralizado, silencios y llanto contenido. Cuerpo preparado para recibir la violencia y evitar una mayor violencia aún. Mente y mundos interiores creando narrativas, devorando conocimientos, huyendo a la naturaleza, desconectando del dolor, de la tristeza, podando emociones. Refugios “seguros” que se fueron consolidando.
Aprender a no estar presente como forma de sobrevivir a lo que duele y no se puede accionar.
El cuerpo, receptáculo de aprendizajes antiguos y herramienta para nuevos aprendizajes. Identificar, sentir la violencia presente en el cuerpo fue lo primero. Escuchar los juicios en esos momentos. Integrar cuerpo y juicios para aprender nuevos repertorios.
Encontrar respuestas ante la violencia que hoy sí distingo es el aprendizaje buscado. Salir del patrón aprendido de “cuerpo rígido-narrativa-silencio”. ¿Qué se puede hacer?
Simple resulta hoy salir de la violencia de personas que no significan mucho en la vida. Dejarlas ir. Hoy es simple.
¿Qué aprender ante la violencia de personas profundamente amadas, víctimas de una violencia compartida? ¿Cómo desarmar patrones instalados que se disparan solos?
Nuevos repertorios lingüísticos y corporales de respuesta, habitualidades, formas diferentes de recibir la agresión y de responder. No hay agresión sin el puño que golpea, pero tampoco hay agresión sin el cuerpo que se dispone para recibir el golpe.
El cuerpo deja la rigidez, no se contrae, no se protege. Otros recursos aparecen.
Mover los hombros a uno y otro lado, dejando que la agresión PASE, sin buscar refugios. Estar presente en un movimiento ondulante. DEJO QUE PASE. Sin narrativas, sin explicaciones, sin premios, sin castigos, sin juicios. DEJO QUE PASE.
¿Cómo permito que aquellos a quienes amo crezcan, florezcan y tragan sus propios destinos?
Necesito dominar ese arte de «recordar y olvidar” …Aprender a distanciarme, y soltar…
Sumergirme en esta conexión que he experimentado, a través del crecimiento de mis hijos…
Dejar ir, para fomentar el crecimiento y desarrollo, es una lección que he aprendido como madre a lo largo de estos 14 años….
Sin duda, debo agradecer parte de esta enseñanza al Coaching Ontológico, que me brindó las herramientas y conocimientos necesarios para aprender a florecer como individuo….
Florecimiento que me permitió descubrir la conciencia plena, aprender a «estar ahí de verdad” …
Crecer como persona, y convertirme en la mejor versión de mí misma, fue un regalo invaluable que obtuve del Coaching….
Pude recordar, soltar esos recuerdos que forman parte del pasado, que me enseñaron a crecer, pero que ya no definen mi presente….
Ser un testigo «ausente» de mi vida, no me concedía el espacio que necesitaba para crecer y desarrollarme….
La vida me exigió estar presente, expresar plenamente mis dones, para poder acompañar a otros en su viaje de crecimiento y aprendizaje….
¿Cómo traigo todo eso a mi mente, y lo conectó con la violencia? Fácil …conmigo misma….
Reflexionar sobre mi presencia en la vida, y esta conexión con la violencia a lo largo de ella…
Siendo testigo “ausente” de tantos eventos, desde mi infancia hasta la adultez…
El desafío de vivir, de frente al inminente acercamiento del final de la vida del hombre que amo ha sido uno de los retos más grandes… El gran misterio de estar vivo, pero acercarse paso a paso al cierre de la biografía… Frente a un fenómeno que parece bellamente organizado… LA MUERTE.
Tocar mi propia alma y diferenciar su existencia de la mía y declarar que sigo viviendo mientras él va cerrando poco a poco su biografía… pararme frente a lo inefable de la existencia cuando el camino va llegando al final de esta vida… Toca un dolor tan profundo que a veces me cuesta respirar… despedirme cada día de alguna de nuestros hábitos, porque la enfermedad ya no nos permite vivir lo que solíamos vivir…
De pronto me veo llena de gratitud y de vida… gratitud por nuestro afortunado encuentro, por cada luna que miramos juntos y cada caricia compartida, por el compromiso de caminar juntos hasta el final, aun cuando a veces no ha sido fácil y así soltar nuestras manos poco a poco, en un amor que toca unas profundidades que la pasión y la juventud no logró mostrarnos…
Llega la luz amarilla a mi ventana, la luz que me muestra que mi arcoíris… mi vida aún continúa mostrando colores… y la ilusión de una nueva vida gestándose en el vientre de mi nuera… mi hijo se convertirá en padre y yo en abuela…
Así… la vida sigue… llenando de colores… de dolor y de alegría, hasta que algún día termine…
A veces sentimos que nuestra energía puede rescatar al otro del lugar que sea, lo acompañamos a que renazca; otras, aprendemos a que hoy eso no es posible, que toca acompañar a morir.
Estar presente en el dolor del otro, en el propio. Desesperación y enojo al comprobar que el final se acerca sin que esta vez pueda cambiar eso. Esta vez no puede.
Aprender a acompañar a morir. ¿A quiénes pedir ayuda para aprender? Aprender a buscar apoyo, a sentir el apoyo.
Aceptar la muerte del otro, aceptar la propia muerte. Aceptar que la muerte es parte de la vida.
Acompañar a morir a un ser amado sin morir con él y sin culpa por quedar viva. Amor para acompañarlo y para dejarlo ir.
Poder sentir la vida que fluye dentro mientras se apaga la vida del ser amado. Y poder sentir que el momento llegará en que se apague también la propia.
Dos arcos de vida, uno está llegando a su fin; el otro tiene colores radiantes y cálidos que aguardan ser disfrutados y compartidos hasta que llegue el morado que la lleve a la tierra.
Distinguir que hay dos arcos y que son distintos y que se necesita energía para transitarlos a ambos. Respirarlos. Permitir que me sostengan, sentir el apoyo, respirarlo.
La vida nos hizo seres sociales, dicen, hechos para acompañar y guiar a otros … .
Sin embargo, no fue fácil entrar en este mundo desde la benevolencia, enfrentando el entramado de soledad y sufrimiento….
Aceptar la vida, aceptar la verdad, me permitió abrirme al mundo….
Mi aprendizaje para acompañar y apoyar, surgió cuando acepté “esa verdad”, que no hay verdad…
Reconocer que soy un ser imperfecto, débil, que necesito de otros para crecer….
Como dijo Violeta Parra: “Gracias a la vida”, por la oportunidad de crecer y aprender a través del Coaching Ontológico, la magia de aprender!!!….Tremenda palabra….
Que importante es conocernos, y saber cómo aprendemos!!!
Identificar aquello que necesitaba, me permitió seguir este camino de seres sociales”!!!
Cuando fuí capaz de reconocer mis debilidades, mis errores, mis limitaciones, surgieron mis fortalezas…
Fortalezas que hoy me permiten acompañar y apoyar a otros…..no fue sino que a través de ese largo camino de aprendizaje, que hoy puedo acompañar a otros a descubrir sus aprendizajes…
Hace falta el aire para respirar. Luego llega un hondo suspiro desde lo más profundo del alma.
Respirar para aceptar que viene el final.
Un nuevo aliento para revivir la esperanza tomando las manos de las mujeres que acunan y dan fuerza.
Vivir la vida y sentir la muerte.
Las pulsaciones de un corazón que revivió el amor y la ilusión de una vida nuevamente compartida.
Y hoy, nudos y nudos de desesperación que llevan al silencio esperando una despedida.
De repente la luz refleja en la pared un destello de esperanza de color amarillo.
Detenerse para diferenciar una vida de otra.
Recorrer el camino que se avecina mirando de frente la aceptación por la vida y la muerte.
Respirar para recuperar el aliento, el aire fresco que deja el amor y reconoce la vitalidad y la paz para acompañar, para vivir.
Así como en la vida, en el coaching, la experticia surge desde la fuerza de escalar la cotidianidad, para encontrarme con lo que importa. No es fácil. Rumiar los obstáculos del día a día es demasiado atractivo. Hay que estirar mucho el cuello para que la mirada pase por encima de los lamentos diarios y logre mirar no solo hacia un punto más distante, sino tomar consciencia del montón de acontecimientos diarios que atrapan los pies.
Es una danza, o más bien una contorsión, entre el resolver y el darse cuenta. En este dilema, la mirada del coach sirve de escalera. Si es que el coach logra no ahogarse en medio de la cotidianidad de la persona con la que está trabajando. El dolor de las vivencias presentes en la primera narrativa que surge desde el coachee es un imán. Todo se conmueve en contacto con ese sufrimiento, y el riesgo es quedarse allí, sin lograr ese desplazamiento que permite a ambos el cambio de perspectiva. Y, al final del proceso, la amplificación de la capacidad de acción, objetivo definitivo de toda interacción de coaching.
Una vez lograda esa altura son posibles otras conexiones. Emergen desde el caos cotidiano formas y patrones. Los eventos se vinculan en el tiempo y en el espacio. Se distinguen las constelaciones de hechos y consecuencias. El coachee logra asombrarse frente a su propio universo y siente el crecimiento de sus nuevos músculos de acciones posibles. Aparece el brillo, tan inexplicable, del aprendizaje ontológico.
Tal vez, a la postre, sea un tema de fe en que puede pasar. Fe en el devenir y en la fuerza evolutiva humana. Así como en el coaching en la vida, se trata de sostener el impulso para que nazca la esperanza de un futuro distinto y posible.
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