23 septiembre 2024 / por Newfield Consulting
Presento con alegría el resultado de las conversaciones de este equipo nueve de investigación en coaching ontológico, que tuvo la particularidad de establecer un tema por anticipado “el ser masculino en este siglo”. Así como “todos los caminos conducen a Roma”, todas las aristas conversadas al final condujeron a la existencia humana, más allá del género, la sexualidad, o la identidad recibida o seleccionada para hacer la vida.
El nivel de profundidad logrado podrás juzgarlo a partir de los textos, en lo personal me sorprende la capacidad humana de descubrimiento y de creación que emerge del acto de conversar y del sorprendente ejercicio del coaching ontológico. Doy las gracias a Fernando Granillo, Miguel Pizarro, Valeria Verde, Gloria Esbry, Mayba León, Carlos Astorga y Hugo Martínez por darse el permiso de crecer juntos.
Desde hace algunos años me resulta incómodo el tener que catalogar ciertas actitudes y comportamientos específicos entre masculino o femenino. Me provoca una especie de corto circuito el escuchar, o leer, que una acción, cualquiera que sea, es considerada como “propia” de una mujer o de un hombre. Cuando esto ocurre, automáticamente surgen en mí las mismas preguntas: ¿según quién esta acción es exclusiva de hombres o de mujeres? ¿Cuáles son sus argumentos?
El género es un conjunto cambiante de normas, que como colectivo inventamos, de lo que corresponde ser y hacer a una persona según su sexo. El problema surge cuando olvidamos que dichas normas se transforman y las tomamos a rajatabla. Desde mi mirada, lo único irrefutable para determinar que una acción es característica de un macho o una hembra de nuestra especie son los límites que determina nuestra biología.
Nuestras acciones son parte medular de nuestra identidad, para hablar de quién soy remito irremediablemente a mis acciones. Además, como seres humanos, hay una relación profunda entre nuestra identidad y nuestra capacidad de transformar el mundo, yo soy lo que hago en el mundo y la manera en cómo lo transformo en algo que yo quiero que sea. Nos vemos reflejados en aquello que creamos.
¿Qué ocurre con mi identidad si mi anhelo por hacer algo en el mundo está limitado por normas de lo que según me corresponde ser y hacer en función de mi sexo? ¿Qué tipo de existencia estamos generando, individual y colectivamente, a partir de aquello que afirmamos nos corresponde ser y hacer respecto a nuestro sexo? ¿Qué tipo de existencia nos espera si continuamos con dichas afirmaciones? ¿Qué tal si por dichas afirmaciones algunas personas llegan a experimentar lo que decía Kundera, que la vida está en otra parte, o más bien en otro cuerpo?
Ser hombre parecía algo obvio. Solo había que seguir un camino pre-trazado por antecesores. Mi padre, mi referente principal, sensible, callado, impacientemente ordenado, incansable viajero y observador, soñador, cariñoso, fue un cabal proveedor y páter familia hasta que cada uno de nosotros se fue de la casa matriz. Fue mi ejemplo principal de masculinidad. ¿Qué miedos tenía? ¿Cuáles eran sus pesadillas? ¿Qué lo empujaba? Solo puedo intuirlo.
Allí aprendí lo masculino y femenino, que estaba dado como natural. Sin mucha consciencia del tema, solo había referentes a seguir. Mi madre aportaba su ser directa, aterrizada, cuidadora, extrovertida, dura a veces, alegre y también viajera y disfrutadora de la vida. Una mezcla aprendida sin cuestionar.
Fue la valentía de mi hermano gay quien me enseñó que las cosas no eran blancas o negras. Que lo asumido era solo una repetición cultural de patrones dados. Él me rompió la transparencia, la obviedad y desde mi resistencia inicial a entender, entendí que todo era-es un juego interpretativo. Que podía haber puntos legítimamente intermedios.
Mi ser hombre cambió. No lo sabía. Pero cambió. No era suficiente ser proveedor. Había mucho más. El nacimiento de mi primer hijo con una madre proveedora confirmó la duda frente a la pregunta ¿Cuál era mi rol? Un gran miedo se me instaló, un miedo que tampoco sabía que tenía. ¿Miedo al error?, ¿A repetir lo que no me gustaba de mi padre?, ¿A no cumplir lo que se espera de un hombre, de un padre?
La llegada de mis siguientes hijos marcó decisiones de sentido de vida. Aparecieron algunas respuestas y nuevas preguntas. Y aun cuando el debate público abre muchas opciones, los patrones culturales se sostienen y resisten reforzando miedos e inseguridades. ¿Qué significa ser hombre siglo 21? Tal vez la respuesta es más simple de lo que espero, desde el respeto, aceptación y dignidad del hombre que he construido y las opciones que cada quien toma para la plenitud de su propia vida. Empezando por mis amados.
El tema me ha costado… Quizás porque desde muy pequeña soy consciente de que vivo en la diferencia. Soy hija de una madre sorda en un mundo de oyentes; me crió mi hermana mayor, quien ha estado en pareja con otra mujer desde hace 50 años. Mi papá era 12 años menor que mi mamá y, aunque estuvieran separados, siempre viví el desorden de tener un papá joven y oyente y una mamá más vieja y sorda.
La sensación de desorden atravesó mi vida por muchos años. Traté de ocultarla, pero una vez que fui económicamente autónoma, pude sentir y poner en valor que soy hija de esos desórdenes. Aparece entonces mi más genuina y caótica mirada de la vida, con cosas buenas y otras que sigo trabajando. Ahí nació mi mirada Ingalls y mirada mochila de libertad. Desde muy pequeña viví en un desorden que supuestamente me excluía de lo socialmente ordenado.
Todo orden excluye. Toda construcción fue funcional a algo hasta que deja de serlo, y es en ese momento cuando toda construcción puede ser deconstruida. Así el fluir de la vida, con ciclos, con órdenes ordenados, con órdenes desordenados y con órdenes volviéndose a ordenar.
El tema de las nuevas masculinidades, para mí, está íntimamente relacionado con el pensar en nuevas feminidades. Desde mi perspectiva, todo esto se vincula con los supuestos roles que mujeres y varones, viejos y jóvenes, hemos venido a cumplir.
Quizás algunas respuestas hoy surgen desde la construcción del propio sentido, desde la conexión con el propio deseo, desde la reflexión que habilitan preguntas como: ¿Para qué vivo? ¿Qué me gusta? ¿Qué quiero para mí? ¿Cómo quiero vivir? ¿Con quién elijo vivir? ¿De qué forma construyo mi pareja? ¿Cómo quiero vestirme? ¿Cómo quiero trabajar? ¿Cómo quiero ganarme la vida? ¿Cómo me alimento en cuerpo y espíritu? ¿Qué vine a expresar en esta vida, en este pedacito minúsculo de naturaleza que me toca encarnar? Preguntas que, quizás en estos tiempos, se habilitan cada vez más temprano, con más fuerza y con más opciones de respuesta, cada vez con más maestros o sin ellos.
Creo que de ese cuestionamiento de roles rígidos nacen movimientos que, individualmente, nos colocan en el centro de dar respuestas que nos ordenen, al menos provisoriamente, una vez más.
¿Y esto será la evolución? No lo sé. Lo que sí sé con seguridad es que es movimiento, vida. Lo que siento que está ocurriendo es que cada vez más personas buscan su lugar en el mundo, buscan cómo quieren vivir cada día, conectándose cada vez más con el espacio pequeño e infinito de su propio sentir.
La posibilidad de vivenciar una sesión de coaching ontológico me permite descubrir que hoy me embarga el miedo a perder mi inteligencia. Temo no poder responder a diferentes demandas de mis espacios relacionales y conecto espontáneamente con la certeza de la edad y la creencia de percibirla como un límite, como una imposibilidad. La obsolescencia me pasa y no me doy cuenta.
Reflexiono sobre el origen de este devenir y pienso en mi infancia, donde el espacio de contención amorosa en la familia se construía a partir de ser inteligente para responder, veloz y sagaz para preguntar. Inteligente y riguroso era aquel que desafiaba, y que tenía resultados y reconocimiento a partir de su inteligencia.
En este mundo yo devenía lenta. Hoy converso de esa historia titulándola, “vivir en las nubes” (13 años). Divagaba escuchando y admirando tanta expresión luminosa y sabia. Ahí, casi siempre en un rincón, tratando de comprender, mis respuestas llegaban tarde y fuera de contexto.
Pero un día aparece un punto de inflexión, y mi historia cambia. En mi escuela, donde se replicaba este modelo de “ser inteligente”, la profesora de literatura inglesa me ordena escribir en el pizarrón cien veces “no debo hablar”. Qué injusticia. Yo no hablaba en clase. No era lo suficientemente inteligente.
De ponto, ¡comprendí! Me levanté y dije “No. Aquí no sigo.”. Llamé a mi Papá, quien pronto – y orgulloso – llegó a buscarme. Me sentí libre y feliz. Mi primer acto inteligente, creativo, y poderoso. Desde aquí hoy puedo comprender y confrontar este miedo y conectar con mi poder.
Hoy en modo geóloga y jardinera busco resignificar mi amor propio y tomo la oportunidad de explorar y cultivar el sentido que me entrega el misterio de mí misma.
…y mi reflexión continúa. Retomando desde la experiencia del relato anterior – donde declaro adquirir poder – me pregunto cómo hoy en procesos de transformación en el tiempo este poder ha ido tomando diferentes formas, diferentes roles, diferentes personajes. Pienso que me ha ido desafiando, mostrando contradicciones y múltiples miradas. No soy una sola poderosa.
Redescubro y resignifico ese acto en que escucho a mi padre representando sus ideales al ir a buscarme y respetar mi expresión de voluntad. Posiblemente fue su propia expresión de rebeldía, de golpe al sistema, de deseos de libertad, que le hicieron sentido en mi pedido. Sin decir palabra alguna, tomó mi mano y nos fuimos de ese lugar que representaba con grandeza y rigurosidad todo aquello que debía suceder en esos tiempos.
Hoy miro esta diversidad de posibilidades que mi familia, madre-padre, representó y me embarga una genuina emoción de agradecimiento. Devengo hoy desde la rebeldía para aclarar la mirada, valorar y validar las utopías de hoy en los jóvenes, los sueños realistas de los adultos que se inician en este devenir, y de sobremanera la mirada presente e hiper-alerta de les niñes de hoy.
Me llama la atención disolver contradicciones para buscar sentido y poder dar respuesta a un mundo que gira a una velocidad que acepto y no es mi misión alcanzar. Hoy declaro que mi misión es vivir, conversar hoy de mi pasado y conversar hoy sobre el futuro me conecta con un sentido de vida que me compromete a seguir observado ese poder, a seguir transformándolo.
Así me conecto con las palabras de Emmanuel Levinas: “El rostro del prójimo significa para mí una responsabilidad irrecusable que antecede a todo consentimiento libre, a todo pacto y a todo contrato.” Escucho aquí que el respeto de un otro como legítimo y autónomo, y el respeto de su dignidad, antecede cualquier conversación. En ese poder camino hoy.
Llegamos al mundo, con una historia previa, carga genética y sexo, que impactan la forma de presentarnos ante los sistemas que habitamos, donde existen normas de convivencias y estilos de comportamiento esperado, que separa lo bueno de lo malo, lo femenino de lo masculino, el blanco del negro…y así te van tipificando y metiendo en espacios que te limitan, porque vives desintegrado.
Yo nací mujer, en un lugar del mundo donde existe el matriarcado, donde la mujer tiene más poder o ascendencia en el núcleo familiar y el hombre tiene más privilegios y libertades aún cuando no sea responsable, caracterizándose por ser el sexo fuerte…en este momento recuerdo un poema del indio Duarte, que solía leer de niña “…son guapos porque son ligeros pa hacer del pecho una vaina…mi mama sí que fue una guapa, mi mama que con entraña de macho, supo guapear contra el frío y el hambre que nuestro rancho copaba…”. Esto me conecta con el mundo amenazante que me rodeaba y las condiciones de carencias presentes hasta mi adolescencia, donde aprendí a estar alerta y desarrollar probablemente mi capacidad perceptiva y asumir esos comportamientos que no son esperados en las mujeres por considerarlas el sexo débil y con entraña de macho me protegí y aprendí a proteger mi entorno para sobrevivir, disociándome de las emociones que me hacían sentir vulnerable.
Así aprendí a establecer una frontera entre lo externo y mi ser, esa frontera es mi piel, detrás de ella habita un mundo interno poco develado, donde me conecto con el amor que me fortalece, con la fuerza que me debilita, …donde todo puede coexistir, incluso emociones o características de mi personalidad que de forma consciente no acepto y oculto, por miedo a no encajar en lo establecido socialmente, coartando la autenticidad de mi ser.
Existen otros aspectos, que permanecen en la sombra, en la profundidad de mi existencia, que no logro ver, que he reprimido a lo largo de los años, sin darme cuenta que entre más oculto se encuentre, más presente está, manifestándose de diversas maneras. En mi caso, la emoción que he reprimido es el miedo, desarrollando una máscara de fortaleza, seguridad, determinación, que me distancia de lo que hay debajo de mi piel y me expone a enfrentar situaciones complejas de vida, hoy al soltar esa máscara por un rato, descubro como es miedo controlado, escondido, me cierra tantas posibilidades y no me permite mostrar lo que habita debajo de mi piel y que al contrario de lo que pensaba, me fortalece y quizás me permita mirar más a profundidad lo que habita debajo de la piel del género humano, indistintamente de su sexo o preferencia sexual, para acompañarlos a salir de la oscuridad que coarta nuestra libertad.
Hace un momento, absorto en las lecturas de los trabajos de mis compañeros y compañeras, vino a mí el recuerdo de un poema que escribí hace un tiempo, quizás mucho tiempo atrás.
Al leerlo, me di cuenta que los temas que me rondaban hace 30 años no son distintos a los que ahora me tienen ocupado y constituyen un rumor que subyace a mi existencia.
El poema se llama, “Muerte y resurrección en tres tiempos», y en él indago, trato de explorar, el sentido de la vida, y al releerlo desde hoy, creo que el aprendizaje es que, si nos dejamos llevar ingenuamente por el río de la vida, individual y entrelazada con otros, no tendremos oportunidad de darle contorno, contenido y brillo.
Decía entonces,
“Con la llegada de las formas descansaremos, nos repetíamos sin son y sin cesar. Pero las formas fueron más grandes que nuestra silueta y los vacíos llenaron de hielo las vecindades de nuestra piel.”
Igual que entonces, creo albergar la convicción que no basta esperar y tener esperanza, sino que es necesario crearnos y recrearnos sin cesar, en una eterna lucha contra la obsolescencia, también conocida como entropía.
Si bien nuestra existencia necesita que siempre hagamos pausa, celebrando el mero hecho de ser, también requiere que vamos hacia delante, hacia el lado y hacia atrás, según se necesite.
De este modo, el frenesí de avanzar se estrella contra la necesidad de llegar, de parar, de contemplar y creo que, en esta dinámica se resuelve en parte nuestra vida: ¿Cuánto logramos parar para ver y disfrutar y cuánto logramos avanzar para crecer y medrar?
No es fácil, se hace una ecuación imposible, en que caminamos oscilando entre el agotamiento y la complacencia, siempre con la mirada llena de horizonte y los pies, al borde del precipicio.
Me doy cuenta que en este ejercicio, la forma en que hayamos aprendido a transitar el miedo, nos permitirá la fuerza para avanzar o supondrá, la parálisis que nos arrojará a la experiencia del vacío de sentido.
Neruda decía:
“(…) Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce. (…)
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar (…)”
MUERTE Y RESURRECCIÓN EN TRES TIEMPOS
I
Hace tanto tiempo que en esta ciudad maldita el frío desgarra los huesos del alma.
Es tanta la agonía que la sonrisa desbocada se ha ido a lugares en que el sol saluda por la mañana.
En una época en que los cuerpos aún se arrastraban tras las frágiles esperanzas, recuerdo que un blanquísimo espíritu del mal, llegó a nuestro refugio, justo a la hora en que los niños cantaban una serenata de alegría; se sentó junto a los mayores y así habló:
«Queridos míos, no olvidéis que vuestra vida sólo os pertenece en concesión, y hoy, como ilegítimo representante del Dador, vengo a exprimiros lo que resta de vuestro aliento»
III
Cuando mi gran abuelo: literato, periodista y socialista, resucitó de entre los muertos, como resultado de una gran helada ocurrida este mes en la ciudad de Chillán, no pudo menos que acercarse a mi casa junto al mar para conocer a su nieto que lo lloraba con cenizas y aguarrás.
«Querido nieto, no sabes acaso que las cuatro estaciones rondan los doce meses del año y cuando las encuentren el siglo será de palomas.
«No sabes acaso que las palomas rondan los siglos del porvenir, y cuando los encuentren se harán el amor en los lechos de nuestra esperanza.
«Por fin, querido nieto, no sabes acaso que si buscas en aquellos rincones ateridos de tu alma, encontrarás las tus palomas, con las que podrás volar en la grupa de éste, nuestro gran orgasmo universal».
Aceptar que la consciencia humana ha evolucionado desde su aparición hace miles de años, nos permite imaginar una trayectoria desde una consciencia original a la actual capacidad que tenemos las personas con toda su complejidad.
Nos cuesta imaginar cómo daban sentido a su mundo los humanos prehistóricos donde sobrevivir era la prioridad. Con esfuerzo nos ubicamos en la reflexión que un mexica o una egipcia hacían de su realidad mientras crecían ante sus ojos las pirámides.
En ese recorrido difícil de reconstruir, hay recursos que usa la consciencia que se mantienen mientras otros se modifican. La capacidad de auto indagación, la gestión de los recuerdos, las distintas formas de atención, por ejemplo, han cambiado en algunos casos radicalmente a lo largo de la evolución de nuestra especie.
Dentro de ellos destaco hoy, el percibir la realidad en categorías binarias: arriba o abajo, vivo o muerto, hombre o mujer. Esta forma de dividir nos permite distinguir, o estoy triste o estoy contento, o es bueno o es malo. Con esas distinciones hemos creado culturas y ellas dan la base para tomar decisiones y actuar: me comporto como hombre o como mujer.
El mundo binario simplifica, demasiado tal vez. La complejidad a la que nos enfrentamos hoy los humanos parece exigir los matices, los grises, los recovecos. Nuestra mente desarrollada bajo la ontología metafísica se resiste. Es más sencillo cuando solo hay dos cajones donde ordenar todo. El punto es que NO nos está sirviendo para convivir en este planeta de una manera más armónica.
Sostengo que estamos en puertas de una nueva fase para nuestra consciencia, y ésta forma binaria de ver es una de las obsolescencias ontológicas que debemos atrevernos a transformar. Trascender la percepción binaria, nos permitiría aceptar la complejidad de la vida con sus pérdidas, y nos abriría a congeniar con nuestro misterioso interior.
Como coaches es indispensable este proceso para tocar el alma de los seres humanos con los que trabajamos. Encontrar un nombre para esta forma de distinguir “no binaria” es tal vez, la primera tarea.
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