14 junio 2024 / por Newfield Consulting
Te invitamos escuchar el primer episodio de una nueva serie de podcast de Newfield Consulting y la Escuela de Coaching Ontológico de Rafael Echeverría.
Esta vez, un grupo de coaches egresados de nuestra escuela, se unieron para reflexionar sobre el libro «El giro de la mirada», de Rafael Echeverría, de la mano de Sandra Cárcamo, Directora de nuestra escuela.
Te invitamos a escuchar estas reflexiones en la voz de sus autores:
Realizado por el Equipo de producción de la ECORE: Edición y musicalización: Lisette Hernández, Coordinadora de la Comunidad de Egresados de Newfield Consulting.
Nos encontramos en “Giros de la Mirada”… mirando hacia adentro, mirando hacia afuera. Los ojos propios y los de otros y otras… que fuimos descubriendo en cada encuentro que tuvimos. Inspirados e inspiradas por la propuesta de Rafael Echeverría que nos invita a hacer “El Giro de la Mirada”. Motivados y motivadas por las propias búsquedas y anhelo de devenir personas más plenas.
Mirando los dolores del contacto con nuestras obsolescencias ontológicas. Aquellos espacios vitales en que nos encontramos con las limitaciones que nos aparecen desde nuestra integralidad, dónde experimentamos los vacíos y los no saber por dónde seguir.
Abriendo las reflexiones del alma, las profundidades de cada ser que se encontró en esta comunidad de reflexión y apañe, de cariño y respeto por las vivencias de cada uno, de cada una.
Poniendo las miradas propias al servicio de las miradas de ojos abiertos de otras y otros.
Encontrándonos con preguntas construidas y resonando en la comunidad que quiere Co Crear miradas, Co crear sentidos de vida, Co Crear caminos nuevos para cada ser humano. Co Crear en la base de la ontología emergente, para abrirnos camino, paso a paso de posibilidades distintas, nuevas, que nos lleven de manera personal y colectiva en personas en permanente construcción…afinando nuestra propia obra de arte: nosotros mismos.
En esta primera travesía, nos animamos a zarpar desde distintas latitudes, altitudes y profundidades. Cada una, cada uno desde sus propias obsolescencias ontológicas empujándonos a buscar caminos para trascenderlas, sin soltar la mano de la ontología emergente.
Nos acompañamos en el coraje de ir por más, de ir a la reflexión propia y compartida. De Co construir acompañados, inspirados y seguir en la búsqueda.
Desde la dualidad representada por el Dios Jano en la portada del libro de Rafael, se me invita a embarcar en un viaje hacia la transformación, generando una nueva perspectiva del mundo. En este examen de mi realidad y percepción actual, busco identificar creencias que aún obstaculizan mi relación con los demás. ¿Qué persiste en mi visión personal? ¿Qué continúo viendo en los demás, en lugar de reconocer mis propias necesidades y realidades?
Reflexiono sobre mis acciones, explorando el poder que les conferí cuando me involucré en ellas. ¿Qué aspectos quiero considerar en mi propósito? ¿Cuáles son las ramificaciones de mis acciones para forjar un cambio auténtico en mi ser? Al igual que la filosofía de Nietzsche sugiere, debo enfocar mi atención en el papel trascendental del lenguaje, ya que me moldea y establece los límites de mis posibilidades. Reconocer y disolver estos residuos metafísicos es esencial para abordar los desafíos en mi conexión y relación con los demás.
En esta introspección, es fundamental recordar que no soy la misma persona en todas las etapas de mi vida; mi ser ha evolucionado constantemente. Al abrirme a estas realidades y juicios, emergen los resultados de mis acciones. En este análisis continuo, sigo comprendiendo mi verdad y mi mundo, siendo consciente de cómo mi lenguaje influye en mis acciones y del poder de mis palabras en la realidad que construyo. El reconocimiento de mi interpretación, lenguaje y experiencias ha engendrado cambios que nutren mi deseo de transformación, permitiéndome entender quién soy y cómo estoy siendo.
En este viaje de transformación al que me convoca Rafael Echeverría, me aventuro a explorar lo desconocido y descubrir nuevas perspectivas. Debo “hacerme cargo” de mis inquietudes y mi sentido, así como de mi observación del mundo, para dirigir mi atención hacia nuevas posibilidades y permitir la entrada de lo que escapa a mi umbral de percepción. En este camino, reconozco mi visión del mundo y adapto mi realidad en busca de la expansión personal.
¿Lograré, en este proceso, ampliar mi visión del mundo? Aquí, adopto “la deconstrucción”, para explorar y reconocer la brecha entre la realidad y mis interpretaciones. Comprendo que todo lenguaje y toda interpretación, aunque iluminan, también obscurecen y ocultan. El sentido, esencial para nuestra existencia, permanece siempre abierto en relación con el pasado, el presente y el futuro. Al expandir mis condiciones de existencia y convivencia, aspiro a marcar la diferencia en este viaje hacia lo desconocido y la trascendencia de mis limitaciones.
Friedrich Wilhelm Nietzsche “No conozco mejor propósito en la vida que perecer en el intento de lo grande y lo imposible”.
Los diccionarios definen al propósito como “determinación firme de hacer algo”, “objetivo que se pretende alcanzar”, o “la intención o el ánimo por el que se realiza o se deja de realizar una acción”. ¿Como yo lo defino?, cumplir una serie de metas en lo personal, profesional, económico, familiar, deportivo etc.
Creé durante más de 25 años un “check-list” que agrupaba mis sueños, deseos y aspiraciones. Hoy en día cuando esos logros del pasado; familiares, de pareja, económicos ya no están presentes o el sueño de lo que la siguiente etapa en mi vida iba a ser igualmente ya no es más, se genera en mí un vacío, me digo “al final todo el esfuerzo no valió la pena”, el resultado no fue el esperado. Hoy en día me quedo sin herramientas, sin la posibilidad de poder emprender acciones o al menos diseñar en mi una imagen que me de fuerza o me genere un camino.
El juicio opuesto de mi vida tiene sentido, me genera confusión, no hay claridad, dejo de soñar y mi presente es un tránsito en el cual se van creando y no cumpliendo compromisos, se pone en juego la identidad pública y privada, no se cumplen promesas y sobre todo me arrastra siempre al pasado sintiendo un resentimiento hacia mí y otras personas. En el presente un miedo a dar pasos y el futuro, sin ambición, solo resignación, de que el resultado va a ser el mismo.
Y la esperanza? Esa que está al fondo de la caja de Pandora?. Pues no sé qué hay que hacer para poder sentirla o verla, a lo mejor sigue allí esperando que pase algo, a lo mejor es esa sensación que sientes que tu corazón aún late, que te ríes con las cosas más simples de la vida y que también te dice que esto va a pasar, que te permite disfrutar de los recuerdos, esas experiencias que llenaron tu ser en un determinado momento. Esa chispa que está ahí y que puede hacer que todo tenga sentido nuevamente.
Yo me pregunto, quién necesito ser para que este observador genere lo que debe generar?. A lo mejor mi obsolescencia, mirar al sentido de la vida y al propósito, desde un enfoque único, lineal, desde una postura de que quien me propuse ser ya fuí y no hay nada más. De que no hay posibilidad de devenir en alguien más, de que no me puedo deconstruir y volver a construir en un ser con nuevas competencias en un mundo lleno de posibilidades. Veo esta imposibilidad de decirme y reconocerme de que lo que me permitió estar aquí es valioso y que han sido las bases sobre las cuales me puedo seguir construyendo; de generar nuevos juicios sobre mi, de que me puedo ver con compasión, que puedo perdonarme, perdonar y que puedo volver a mirar la vida desde el sí a las posibilidades.
“Una vida sin sentido no merece ser vivida”, decía Sócrates. Lo que me lleva a preguntarme ¿quién estoy siendo?, ¿lo que vivo da sentido a mi vida?
Escucho a Nietzsche cuando dice:” Volver a nosotros mismos implica los valores que han guiado nuestra existencia como las creencias”: Entonces, voy a mi infancia; ahí aprendí el “deber ser” del orden para el logro de metas. El orden me conecta con la obediencia a la autoridad, búsqueda de aprobación, apego a la estructura y me distancia de mi empoderamiento.
El “deber ser”, me ha acompañado en el dominio familiar y laboral hasta mi adultez, en mi comportamiento y acciones. Ello, en el tiempo, generó insatisfacciones y vacíos existenciales. Ahí conecto con el giro antropológico de la ontología emergente: solo luego de haber entendido cómo somos los seres humanos podremos descifrar la forma en que la realidad se nos presenta.
Entonces voy en la búsqueda de mis obsolescencias que me permitan tomar acciones distintas. Identifico orden-caos (atreverme) como una obsolescencia que me proponga hacer cargo para transformarme y trascender. Ahí cobra mucho sentido cuando escucho a Derridá decir: “Todo orden se sustenta en negación, segrega, excluye, margina” y “todo sentido, es y será siempre parcial y restringido”.
Además, teniendo en cuenta la estructura de la temporalidad, hoy indago en el orden-caos en mi pasado, hago interpretaciones de “quien estoy siendo” y vinculó ese orden-caos con la “autoridad”; que en algún tiempo me llevó a la sumisión, en mí hoy en ocasiones me lleva a ser autoritaria. Aquí cobra sentido que el lenguaje es constitutivo; entonces para lograr un cambio, una transformación a futuro, me propongo trabajar en mi escucha, silencio y acciones que tomo, no desde la autoridad, sino desde dar espacio al otro para que también se pronuncie.
Más aún cuando, hoy la vida me ha dado oportunidad de observar quién “estoy siendo”, es cuando cobra mayor importancia para mí, lo dicho por Echeverría “los seres humanos necesitamos producir el juicio, mi vida tiene sentido”.
Y en esa búsqueda, siento que un día me atreví a dar el salto del orden al caos, y me encontré con un bosque lleno de posibilidades, de caminos por recorrer, me entusiasmo, me doy confianza, me atrevo a transitar lo desconocido, tomo el poder, el timón de mi vida con un observador diferente, con distinciones, herramientas, conocimientos, busco realizar acciones distintas que me lleven a generar cambios en mí, en los sistemas en que interactúo, viviendo con mucha paz, liviandad y plenitud.
En el último encuentro de grupo, declaré haber observado por lo menos una obsolescencia ontológica, pero no lograba distinguir en ese momento, en qué consistía. En un primer acercamiento la relacioné con arrogancia, y posteriormente con cierta incompetencia para distinguir espacios en los que mis capacidades estuvieran deviniendo obsoletas. Ninguna de estas interpretaciones me satisfizo. Me parecieron reduccionistas, por lo que me pareció que había que generar una explicación más amplia.
Siguiendo a Rafael, girar la mirada tiene que ver con no quedar atrapado en una ontología metafísica. Es decir, en “explicaciones” con sentido trascendente.
Cuando hablamos de obsolescencia, no estamos haciendo referencia a un dato; no apuntamos a un hecho, no estamos en presencia de algo que preexiste. Cuando hablamos de obsolescencia estamos haciendo un juicio de efectividad sobre nuestra capacidad presente de intervención en un dominio particular. Ahora bien, como sabemos los coaches ontológicos, los juicios no son verdaderos ni tampoco falsos; son fundados o infundados, de modo tal que, la primera operación a realizar es conocer si nuestro juicio tiene o no fundamento, y si tal juicio resulta circunstancial o recurrente (maestro). Si distinguimos nuestro juicio y lo fundamentamos sabremos lo que tendremos que aprender para superarlo, y si nuestro juicio no tiene fundamento, la relación que tenemos con él cambia, y la carga emocional que nos generaba suele desaparecer.
La obsolescencia no da cuenta de nosotros, sino de lo que hacemos.
Impresionante como en “El Giro de la Mirada” de Rafael Echevarría, he podido identificar situaciones presentes en mí, y expresar como “nos ha estado ahogando, y es como si ahora comenzáramos a salir de nuevo a la superficie del mar, tomar aire fresco, ver el horizonte y decidirme a nadar hacia esa isla de posibilidades que veo hacia adelante, atento a los retos”.
El encontrarme con el enunciado de una mirada distinta a lo que estoy viviendo, me movió el piso, específicamente en la página 36 donde cita “es importante aceptar que muchos de los cambios que hoy nos desafían, no pueden ser alterados, ni evitados. Se han convertido en datos de nuestra existencia y, como tales sólo nos cabe registrarlos, asumirlos y encararlos. Para hacerlo quizás debamos buscar en soluciones en lugares distintos de donde estábamos acostumbrado a hacerlo”. Esto porque posiblemente he estado tratando de solucionar temas que se dan en el dominio laboral y/ o dominio familiar enfocados en una mirada única. Y aquí aparece otro párrafo de la lectura que no podía ser más explícito “El problema reside en nuestra capacidad de adaptarnos a una realidad en permanente transformación, desafío que se expresa en una ecuación en la que la única variable modificable somos nosotros mismos”.
Llegan sentimientos de posibles obsolescencias ontológicas que se generan por situaciones en el dominio laboral al enfrentarme a una nueva realidad tecnológica, con nuevas herramientas, que nos retan en nuestras labores profesionales y hacen que pensemos que está en riesgo nuestro trabajo y que somos menos imprescindibles por la inteligencia artificial, y no logro dar una respuesta que evite caer en la resignación. Es como si me arrastrara una mirada metafísica, en como hago para mantenerme vigente en el mundo que vivo, buscando respuestas en un mundo exterior, donde posiblemente debo dar un giro del ser de la realidad al ser humano, pues como cita Rafael, “Solo luego de haber entendido cómo somos los seres humanos podremos descifrar la forma en que la realidad se nos presenta”.
Comienzo por ir moviendo las capas interpretativas que acompañan mi existir y me topo con la inseguridad, la cual me llega como una sensación de temor y de nerviosismo por la imagen y/o percepción, de no tener confianza en mi valía y capacidades; carecer de confianza en mí mismo; pensar que los demás me van a defraudar y también temo defraudarles. Que me llevaron en el pasado a estados de timidez y/o aislamiento social, llevándome a conductas compensatorias, como la agresividad, la arrogancia, llegando a tener pensamientos de dudas frecuentes, creerme que no soy suficientemente bueno.
Esta obsolescencia ontológica que arrastra la inseguridad en mi vida, que viene de variedad de experiencias, situaciones en diferentes dominios. Qué tipo de resultados se obtienen como falta de valentía a expresarme, acomplejado, baja autoestima, quedarme callado; qué acciones hago y no hago prefiriendo estar solo, altas exigencia de estándares para buscar ser reconocido, buscar aprobación de los demás ; qué tipo de observador soy, enfoque único? Qué sistemas me afectan? sistema familiar, escolar, laboral. Me falto aprender, aprender a decir no se, aprender a decir sí o no, aprender a pedir ayuda; emociones que me habitan como el miedo, temor a ser rechazado, vergüenza, miedo a las exigencia de personas a quienes doy autoridad. La rabia, la ira y la prepotencia me han servido de escudo para ocultar mi inseguridad, aprovecharme de mi corporalidad, estatura, cara dura, truño, voz fuerte, una manera de poner un escudo y no dejar que salga.
Aquí regreso a un párrafo interesante del libro el Giro de la Mirada en la página 267 donde cita “Somos desconocidos para nosotros mismos, en primer lugar, porque no hemos indagado suficientemente en nosotros con el rigor y la profundidad necesaria. Hay dimensiones de cómo somos a las que pudiendo acceder, le hemos dado la espalda” … Hoy no somos como fuimos, mañana no seremos como somos hoy y ese mañana todavía no está terminado”.
Qué debería hacer diferente, posiblemente necesito vivir más el presente, ser más espontáneo, menos miedos, menos inseguridades, fundar juicios correctamente y confiar en mis capacidades. En mi historia de vida las veces que he realizado lo anterior es avanzando en mi transformación personal. Para esto debo trabajar para indagar cuál es el ser humano que quiero ser.
Ponerme menos estándares tan altos, debo aprender a calibrar y reenfocar las imágenes mentales de la perfección / expectativas mías o del otro vs la realidad (o lo que creemos que es la realidad), buscando que la primera sea más concreta y la segunda más objetiva como aprendo a ser más vulnerable, a tener dignidad, dejar esa vergüenza transversal de los ciclos de mi vida, mostrada al no querer hablar esto con nadie, años en silencio. Valorar mi rebeldía, puerta de salida en la inseguridad, no esconderme de los demás, dignificar mi vida, aparecer desde quien soy, desde el lugar de mi dignidad, simplificando, aceptando al otro como es, así como me acepto como soy, ser más libre, alivianar mi mochila. No dejarme arropar por el trabajo y los compromisos. Desde la humildad, sentirse orgulloso de mis logros académicos, profesionales, familiares, sociales. Ser más auténtico en mis posiciones.
Ir detrás de la vigencia, no porque debo, sino porque agregar valor a mi devenir como persona. La forma estricta de corregir de mis padres me creó miedos, inseguridades que he ido trabajando en mi devenir de adulto. Lograr superar esa falta de aceptación de mí mismo y de amor propio. Aceptar el ser que he sido y soy, y por ende aceptar a los otros como son. Aceptar la vida en su devenir. Aprender a vivir mi vulnerabilidad y humildad, esta última como aprendiz de la vida.
Comienzo buscando puntos en común: No sacar la voz, caer en la indecisión, la dificultad para avanzar, para poner límites, mi sobreexigencia, ese miedo congelante a pararme sola en el mundo… son todos dolores con raíces comunes. ¿Cómo nombrarlo? ¿Desconfianza? ¿Desvalorización? Me hace sentido: Invalidación.
En el momento que vivo hoy siento que no validarme ya no es aceptable. Me ha costado demasiado llegar hasta aquí como para no valorarlo. Hoy se me hace imprescindible tomar la responsabilidad de mi vida, construir un piso donde pararme, convertirme en mi hogar. Hacer como el oso de la leyenda finlandesa que lleva el bosque a donde va, porque el bosque está donde esté el oso.
Comienzo mirando el por qué. ¿Qué puede haber detrás de mi invalidación? Me cuento que me invalido por cuidar otros. Que a veces siento que si hago o digo algo podría herir, lastimar. Y al escribirlo me doy cuenta que si pienso que son las palabras las que lastiman, no estoy teniendo en cuenta la escucha del otro. No puedo asumir el dolor de los demás, hacerme responsable de su daño, creer que conozco su verdad. El respeto por el otro no está solo en no tratar de dañar. Comienza por validarme y validar a cada individuo en su autenticidad, dignidad y capacidad de discernimiento. Hacerme cargo de mis interpretaciones y de los resultados de mis acciones, así como respetar que el otro se haga cargo de los suyos.
Al poner el peso en la validación externa, aparece también esta necesidad de ser “buena”. Siento que el “buenismo” me ha estado poniendo una trampa. Primero me pregunto, ¿buena para qué? ¿buena según quién? Creerme buena, además de limitarme, de encarcelarme en un marco moral inflexible, me hacía pensarme indefensa, incapaz de hacer mal. Nuevamente dejaba de ser cuidadosa y de mirar el resultado de mis acciones. Me colocaba en un lugar sobre otros. “Yo soy buena, soy mejor que otros que son malos”.
En este sistema que crecí, el esquema de valores era rígido y acotado. Estar de acuerdo y practicar estos valores, era “bueno”. Todo lo que se saliera de esta mirada, que la cuestionara, que tratara de modificarla, estaba “mal”. Las ideas existían por encima de todo: de las necesidades o realizaciones personales, de cualquier noción de lo material, hasta de los lazos emocionales y familiares. Todas las mañanas, los alumnos de todos los colegios gritaban: “Pioneros por el Comunismo, ¡seremos como el Che!”. Ser como el Che significaba (en palabras de Fidel Castro) ser íntegro, cabal, honrado, estoico, infatigable, absoluto, sin mancha… La meta era la “perfección”.
Pienso en mi atracción inicial hacia la Ontología emergente, en cuánto sentido me hizo su marco ético. Que propone alejarnos de la mirada metafísica de verdad, donde esta se convierte en coartada para segregar a quien tenga una visión diferente. Que ofrece una nueva convivencia desde el respeto al otro auténtico. Que nos muestra que así como somos observadores distintos y miramos la vida de manera distinta, también vemos lo verdadero y lo falso de forma diferente. Que no justifica el daño por un bien mayor. Que nos alienta a repensar la ética con la mirada puesta en el poder de los resultados que generamos.
Pero al hacer esto, no nos invita a “ser buenos” en el sentido de ser infalibles, absolutos, sin mancha. Nos llama a mirar nuestra sombra, a reconocerla y a abrazarla. Porque solo si somos capaces de ver nuestra oscuridad, estaremos pendientes de hacer crecer nuestra luz.
Tomo postura para mantener esa alianza inestable entre la luz y la sombra. Decido poner límites, ordenar, dejar fuera algunas cosas, soltar lo que no me sirve. Entendiendo que el orden no es inmutable, que puede ir cambiando en el camino. Entendiendo que mi mirada es sólo mi mirada. Vivo ese balanceo hoy en mi coaching, en mostrarme, pararme firme al tomar mientras haga sentido y soltar lo que no aporta. Y confío en que soy capaz de hacer mal, pero elijo abrazar el caos que vive en mí y hacer lo mejor que puedo.
Muchas veces pienso que para alcanzar mis objetivos y sueños, es suficiente plantear un propósito claro, adquirir las competencias necesarias para alcanzarlo y avanzar hacia su consecución. No obstante, cuando avanzo, con frecuencia me encuentro con que mis resultados terminan distando de lo que inicialmente me propuse, por más que haya tenido claro lo que quería y haya dispuesto las mejores competencias para lograrlo.
Sin duda, nuestras expectativas son una cosa, pero muchas veces la realidad termina siendo otra muy distinta ¿qué es aquello que nos distancia de alcanzar lo que queremos?
En mi interpretación, somos nosotros mismos, a través de la forma en que hacemos sentido de la realidad y de nosotros, lo cual se manifiesta desde el momento mismo en el que nos lanzamos a ir por nuestros objetivos y sueños.
Ese primer momento, ese punto de partida, es donde se refleja nuestra forma de ser y actuar, de cómo entendemos la realidad y nos vemos a nosotros mismos, interpretando de manera ingenua e inadvertida que ambos, nosotros y la realidad, somos de una manera determinada, fijos e inmutables ¿cómo hacerlo de otra manera, si es así como hemos aprendido a hacer sentido de la realidad?
Pues reconociendo y aceptando que aquí compartimos una gran obsolescencia como humanidad y que mientras sigamos haciendo sentido de esa manera, volveremos a tropezar con las mismas piedras. Para salir de esa trampa, una manera es pararnos en aquel punto de partida y detenernos a contemplar quiénes estamos siendo y aceptar que cuando emprendemos esta nueva aventura, partimos siendo de una manera, pero al concluir nuestra travesía muy probablemente terminaremos siendo de otra muy distinta, pues en el viaje nos veremos desafiados a adaptarnos a lo inesperado, a aprender de nuestros errores y corregir el rumbo cuando veamos que esquivamente se nos aleja, pues aquella realidad que proyectamos, también se encuentra en un proceso de continua transformación.
Tanto nosotros como la realidad nos transformamos momento a momento. No existen certezas a las cuales aferrarnos, no hay un orden preestablecido que nos asegure nada, ni siquiera somos quienes pensamos ser todo el tiempo, vamos transformándonos y siendo en la medida que avanzamos hacia alcanzar nuestros sueños.
Démonos cuenta cómo cada vez que nos lanzamos a algún desafío, solemos hacerlo de una misma manera, mirando el desafío desde nuestra forma muy particular de verlo, lo que nos lleva a enfrentarlo desde nuestras formas habituales de hacerlo, viendo a su vez la realidad como aprendimos a hacerlo.
Aprendamos así a pararnos en el punto de partida de nuestro próximo gran desafío, reconociéndonos por quienes somos y aceptemos que a partir de este exacto momento dejaremos de ser quienes veníamos siendo, iniciamos un nuevo viaje de transformación.
Entreguémonos a la aventura y dejémonos sorprender, quizás solo ahí podamos escuchar sensiblemente la realidad y a nosotros mismos para así poder ajustar tanto quienes hemos estado siendo, como el destino que estemos siguiendo, para finalmente alcanzar nuestros sueños.
Leyendo el libro “El giro de la mirada”, he ido buscando en mis recuerdos aquello que hoy me constituye en la forma cómo voy en la vida. Como bien lo menciona Rafael, el problema no reside en el mundo sino en nosotros mismos, en el modo cómo conferimos sentido al mundo, a la vida y a nosotros mismos. Nuestros mundos son construcciones interpretativas.
Las señales:
Voy abriendo mi baúl de recuerdos que parecen haber quedado en el olvido y nuevamente veo personas a mi alrededor destacando y tienen la mirada de la familia. Voy creciendo y voy percibiendo que a los mejores en sus calificaciones se les reconoce, se les ve distinto, te hace diferente, es decir te pone por encima de otros ( tienes la mirada de un otro). Busco así avanzar y lograr muchas cosas por mi misma, pero al mirar a mi alrededor a los otros, lo avanzado o logrado sigue siendo poco o insuficiente entonces lo conseguido pierde valor para MÍ.
Mi obsolescencia y luego de reflexionar al respecto siento que tiene que ver con la forma o con la intención con la que puedo estar haciendo las cosas y, mirando la intención me aparece la necesidad de RECONOCIMIENTO, y nuevamente se me viene la necesidad de la mirada de un otro, un tercero que por fin me diga: “lo estas haciendo bien, muy bien” y desde allí me surge la pregunta y si te RECONOCIERAN que cambiaría en ti? ¿Cómo sería vivir en el reconocimiento? Un profundo silencio emerge, pues la respuesta sería que no cambiaría mucho o probablemente nada pues aún hay rezagos en mi, de mi casi inexistente VALOR-ME.
Entonces, ¿para qué esa necesidad de reconocimiento? ¿de dónde viene? y ¿hacia dónde va?, ¿qué no estoy siendo capaz de mirar hoy en mí para terminar de reconocerme o mejor dicho valorarme?, y viene a mi mente la pregunta de Nietzsche “¿ Por qué no ve el hombre las cosas? Se interpone a sí mismo, tapa las cosas.”
Aceptación:
Y es que la valoración propia la entendí como algo que dependiera de los demás, de las distintas opiniones y aprobaciones que recibimos del exterior, entonces ¿Cómo soltar esa forma de mirar la vida? es la primera pregunta que me surge y es que hoy siento más que nunca que no puedo seguir dejandoME. ¿qué hacer? ¿por dónde empezar nuevamente?, me visualizo y me veo, logro verme y me sonrió y esa sonrisa, es como esa luz que se ve al final de un túnel y parece anunciar que un nuevo camino se abre para mí.
RedefiniendoME:
Quizá el camino a seguir es aceptar en primer lugar que esta verdad que instale en mi hasta hoy ya no tiene cabida, como dice Rafael Echeverria en el libro El giro de la mirada: “nuestras verdades son formas humanas de conferir sentido […] nuestras verdades son tales, hasta el momento que dejan de serlo y no hay verdad que quede exenta de este destino”. Y desde allí surge una nueva posibilidad para mí, primero de mirar mi obsolescencia con amor profundo, porque me permitió insistir y persistir en proyectos personales y profesionales que hoy son logros grandiosos en mi vida en todo sentido y pasar a darme la oportunidad de demostrarME que no es la mirada de un otro lo que me define, lo que me hace grande, sino lo que YO defino estar siendo y haciendo y es en ese estar siendo y haciendo que encuentro que cada vez que me sienta pequeña ante un otro, pueda tomar fuerza para reconocerMe lo logrado y desde allí parada con arraigada a mis valores hacerME visible, alzando mi voz, mostrando posibilidades diversas para seguir construyendo y haciendo cosas que puedan ser de utilidad o de beneficio para otros y sobre todo que me haga feliz. Esta es una forma en la que siento que puedo seguir fluyendo con mucho más liviandad en este hermoso camino llamado vida.
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